Totalidad e infinito, Emmanuel Levinas

El arte de prever y ganar por todos los medios la guerra –la política- se impone, en virtud de ello, como el ejercicio mismo de la razón. La política se opone a la moral, como la filosofía a la ingenuidad.


Los seres tienen una identidad “antes” de la eternidad, antes de la consumación de la historia, antes de que los tiempos sean cumplidos, mientras que aún hay tiempo, implica que los seres existen en relación, pero a partir de sí y no a partir de la totalidad.


Los pensamientos de los hombres son conducidos por las necesidades, que implican sociedad e historia; que el hambre y el miedo pueden vencer toda resistencia humana y toda libertad. No se trata de dudar de esta miseria humana –de este imperio que las cosas y los malvados ejercen sobre el hombre- de esta animalidad. Pero puede que ser hombre es saber que es así. La libertad consiste en saber que la libertad está en peligro. Pero saber o ser consciente, es tener tiempo para evitar y prevenir el momento de inhumanidad.


El yo, no es un ser que permanece siempre el mismo, sino el ser cuyo existir consiste en identificarse, en recobrar su identidad a través de todo lo que le acontece.


El yo que piensa se escucha pensar o se espanta de sus profundidades y, para sí, es otro. Descubre así la famosa ingenuidad de su pensamiento que piensa “ante sí”, como se marcha “ante sí”. Él se escucha pensar y se sorprende dogmático, extraño para sí. Pero el Yo es el Mismo ante esta alteridad, se confunde consigo, incapaz de apostasía frente a ese “sí” sorprendente.


Es suficiente caminar, hacer para apoderarse de todo, para apresar. Todo, en cierto sentido, está en su lugar, todo está a mi disposición a fin de cuentas, aun los astros, a poco que saque cuentas, que calcule los intermediarios o los medios. El lugar, medio ambiente, ofrece medios. Todo está aquí, todo me pertenece; todo de antemano es aprehendido con la aprehensión original del lugar, todo es com-prendido.


La perfección deja atrás la concepción, desborda el concepto, designa la distancia: la idealización que la hace posible es un pasar sobre el límite, es decir, una trascendencia, pasar a lo otro, absolutamente otro. La idea de lo perfecto es una idea de lo infinito.


El saber o la teoría significa primeramente una relación tal con el ser, que el ser cognoscente deja manifestarse al ser conocido respetando su alteridad y sin marcarlo en modo alguno con esta relación de conocimiento. En este sentido, el deseo metafísico sería la esencia de la teoría. Pero teoría significa también inteligencia –logos del ser- es decir un modo tal de abordar el ser conocido que su alteridad con respecto al ser cognoscente se desvanece. El proceso del conocimiento se confunde en este estadio con la libertad del ser cognoscente, no encontrando nada que, otro que él, pueda limitarlo.


La crítica no reduce lo Otro al Mismo como la ontología, sino que cuestiona el ejercicio del Mismo. Un cuestionamiento del Mismo –que no puede hacerse en la espontaneidad egoísta del Mismo- se efectúa por el Otro. A este cuestionamiento de mi espontaneidad por la presencia del Otro, se llama ética.


No recibir nada del Otro sino lo que está en mí, como si desde toda la eternidad yo tuviera lo que me viene de fuera. no recibir nada o ser libre. La libertad no se parece a la caprichosa espontaneidad del libre albedrío. Su sentido último reside en esta permanencia en el Mismo, que es Razón. El conocimiento es el despliegue de esta identidad. Es Libertad. Que la razón sea a fin de cuentas la manifestación de una libertad, que neutraliza lo otro y lo engloba, no puede sorprender, desde que se dijo que la razón soberana sólo se conoce a sí misma, sin que alguna alteridad la limite.


Tal es la definición de la libertad: mantenerse contra lo Otro a pesar de la relación con lo Otro, asegurar la autarquía de un Yo.


La idea de lo Infinito supone la separación del Mismo con relación al Otro. Sin embargo, esta separación no puede fundarse en una oposición al Otro, que sería puramente antitética. La tesis y la antítesis, al rechazarse, se llaman. Aparecen en su oposición a una mirada sinóptica que las abarca.


Lo que exijo a mí mismo no es comparable a lo que tengo derecho de exigir al Otro. Esta experiencia moral, tan trivial, indica una asimetría metafísica: la imposibilidad radical de verse desde fuera y de hablar en el mismo sentido de sí y de los otros; en consecuencia también la imposibilidad de la totalización.


El ser prisionero que ignora su prisión, está en su casa. Su poder de ilusión -si la hubiese- constituye su separación.


La muerte es, para un ser al que todo llega conforme a proyectos, un acontecimiento absoluto, absolutamente a posteriori, no ofreciendose a ningún poder, ni aun a la negación.


La no referencia al tiempo común de la historia significa que la existencia mortal se desarrolla en una dimensión que no corre paralelamente al tiempo de la historia y que no se sitúa con relación a este tiempo, como con relación a un absoluto. Por eso, la vida entre el nacimiento y la muerte no es ni locura, ni absurdo, ni fuga, ni cobardia. Transcurre en una dimensión propia en la que tiene un sentido y en la que puede tener un sentido, un triunfo sobre la muerte.


El alma -la dimensión de lo psíquico-, realización de la separación, es naturalmente atea. Por ateísmo, comprendemos una posición anterior a la negación o afirmación de lo divino, la ruptura de la participación a partir de la cual el yo se implanta como el mismo y como yo.


La sensibilidad constituye el egoísmo mismo del yo. Se trata de lo sensible y no de lo sentido. El hombre como medida de todas las cosas -es decir, medido por nada- que compara todas las cosas, pero incomparable, se afirma en el sentir de la sensación.


Es necesario que un ser, aunque sea parte de un todo, tenga su ser en sí y no desde sus fronteras -no de su definición-, exista independientemente, no dependa de las relaciones que indican su lugar en el ser, ni del reconocimiento que le aportaría el Otro.


La vida interior, el yo, la separación, son el desarraigo mismo, la no-participación y, en consecuencia, la posibilidad ambivalente del error y la verdad. El sujeto cognoscente no es parte de un todo, porque no es limitrofe de nada.


Buscar y obtener la verdad es ser en relación a, no porque se defina como otra cosa que sí mismo, sino por que, en cierto sentido, no le falta nada.


El deseo es la desdicha del dichoso, una necesidad de lujo.


El yo existe como separado por su gozo, es decir, como feliz, y puede sacrificar a la felicidad su ser puro y simple. "Existe" en un sentido eminente, existe por sobre el ser. Pero en el Deseo, el ser del Yo aparece aún más alto, ya que puede sacrificar a su Deseo su felicidad misma. Se encuentra así por encima, o en la punta, en el apogeo del ser por el gozar (felicidad) y por el desear (verdad y justicia). Por encima del ser.


Es necesario tener la idea de lo infinito, la idea de lo perfecto, como diria Descartes, para conocer su propia imperfección. La idea de lo perfecto no es idea, sino deseo.


La esencia de la razón no consiste en asegurar al hombre un fundamento y poderes, sino en cuestionarlo y en invitarlo a la justicia.


El comienzo del saber sólo es posible si se rompe el encantamiento y el equívoco permanente de un mundo en el que toda aparición es posible simulación, en el que falta el comienzo.


La necesidad atestigua el vacío y la falta en el necesitado, su dependencia frente al exterior, la insuficiencia del ser necesitado, precisamente porque no posee enteramente su ser y por lo tanto, no está, propiamente hablando, "separado".


El orden del Deseo -de la relación entre extranjeros que no se hacen falta mutuamene, del deseo en su positividad- se afirma a través de la idea de la creación "ex nihilo". Se desvanece pues el plano del ser necesitado, ávido de sus complementos y se inagura la posibilidad de una existencia sabática en la que la existencia suspende las necesidades de la existencia. En efecto, un ente sólo es ente en la medida en que es libre, es decir, fuera del sistema que supone dependencia.


La vida es "amor a la vida", relación con contenidos que no son mi ser, y sin embargo más queridos que mi ser: pensar, comer, dormir, leer, trabajar, calentarse al sol. Distintos de mi sustancia, pero constituyéndola, estos contenidos conforman el premio de mi vida.


El existir puro es ataraxia, la felicidad es realización.


La distancia que se intercala entre el hombre y el mundo del cual depende, constituye la esencia de la necesidad. ¡Un ser está desarraigado del mundo del cual, no obstante, se alimenta! La parte del ser que se ha desarraigado del todo en el que estaban sus raíces, dispone de su ser y, en lo sucesivo, su relación con el mundo, sólo es necesidad.


La actividad no recibe su sentido y su valor de un fin último y único, y como si el mundo formase un sistema de referencias útiles cuyo término implicase nuestra existencia misma. El mundo responde a un conjunto de finalidades autónomas que se ignoran. Gozar sin utilidad, dando pura pérdida, gratuitamente, sin buscar nada más, siendo puro gasto: esto es lo humano.


El estar contento, en su ingenuidad, se oculta bajo la relación con las cosas. Esta tierra en la que me encuentro y a partir de la cual tomo los objetos sensibles o me ditijo a ellos, me basta. La tierra que me sostiene, me sostiene sin que yo me inquiete por saber que es lo que sostiene a la tierra. Este final del mundo, universo de mi comportamiento cotidiano, esta ciudad o este barrio o esta calle en la que me muevo, este horizonte en el que vivo, me contento con el aspecto que me ofrecen, no los fundo en un sistema más vasto. Son ellos los que me fundan. Los recibo sin pensarlos. Gozo de este mundo de cosas si fueran elementos puros, cualidades din soporte, sin sustancia.


El suicidio es trágico, porque la muerte no soluciona los problemas que el nacimiento ha provocado, impotente para humillar los valores de la tierra. De aqui el grito final de Macbeth que afronta la muerte, vencido porque el universo no se deshace al mismo tiempo que su vida.


El sufrimiento de la necesidad no se apacigua en la anorexia, sino en la satisfacción. La necesidad es amada, el hombre es feliz de tener necesidades. Un ser sin necesidades no sería más feliz que un ser necesitado, sino que estaría fuera de la felicidad y de la infelicidad.


Ser libre es construir un mundo en el que se pueda ser libre.


La fuerza de la voluntad no se desarrolla como una fuerza más poderosa que el obstáculo. Consiste en abordar el obstáculo, no chocando contra él, sino tomándose siempre una distancia frente a él, al percibir un intervalo entre él y la inminencia del obstáculo.


Al emprender lo que he querido, he ralizado muchas cosas que no he querido: la obra surge entre los deshechos del trabajo.

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